La madurez no se improvisa. Exige un esfuerzo, un trabajo psíquico considerable. Necesita un clima afectivo bueno: Haber sido deseado, amado, respetado. Haber tenido buenos modelos con los que se hayan producido saludables identificaciones, capaces de dialogar, escuchar, corregir, compartir, acompañar, disfrutar, abrir la mente al interior y al mundo.
Los aspectos primarios de la personalidad se deben subordinar al pensamiento, al yo, que no anula nada sino que lo eleva al lugar de lo humano. Observar, analizar, elaborar, comparar, discriminar, sintetizar, elegir, decidir y actuar son aspectos de una mente madura, de yo bien formado.
El yo, en una mente madura, tiene la capacidad de adaptación, pero también la de cambio y transformación. Construir una realidad en acuerdo con nuestras genuinas necesidades, con mimo y respeto a, nuestra casa, la naturaleza. Descubrir la interrelación que exista entre todas las realidades parciales dentro de esa gran realidad. El vínculo, la conexión, la interactividad, la imbricación, es la trama de toda la vida.
Somos seres complejos. Hemos sido expulsados del paraíso. La continuidad y la singularidad deben dar lugar a un tercero nuevo, distinto, humano.
Madurez no es igual a normalidad. La normalidad se rige por un criterio, sobre todo, cuantitativo. Una conducta es buena porque la realizan muchas personas. Si la saciedad está bastante enferma en su organización, sus estructuras, sus leyes, sus instituciones ¿Cómo los ciudadanos vamos a estar sanos? Participamos de la locura social, a todos nos afecta, todos la respiramos.
La madurez va más allá de la normalidad. Utiliza el pensamiento crítico con una buena interpretación para superarla, descubrir sus trampas, sus mentiras, su alienación. La madurez tiene una ética que crea pensamiento, valores, diferenciación, dignidad, justicia.
La recompensa de la madurez es la alegría, la profunda satisfacción, la construcción de un mundo nuevo, el sembrar transformación y cambio, implantar la dignidad.