Ser un buen psicoterapeuta va mucho más allá de completar los estudios de psicología o psiquiatría. Según mi experiencia, lo fundamental es la madurez emocional y el equilibrio interior. Un buen terapeuta debe ser capaz de mirar hacia adentro y hacia afuera, entender lo que sucede en su interior y en su entorno, y relacionar ambas cosas para mantener un equilibrio.
Los terapeutas no tratamos con máquinas ni con personas que solo buscan desahogarse. Tratamos con seres humanos que, desde su dolor, buscan convertirse en personas plenas y felices. Para ayudarlos, necesitamos conocernos profundamente y gestionar nuestros propios deseos e impulsos, ya que los pacientes pueden despertar en nosotros una amplia gama de emociones y deseos.
El psicoanálisis, por ejemplo, requiere que sus profesionales se sometan a un análisis personal para conocerse y resolver sus conflictos internos. Creo firmemente que todos los terapeutas deberían pasar por un proceso similar para ser realmente eficaces.
Escuchar y comprender al paciente es esencial. No se trata solo de aliviar síntomas, sino de descubrir las causas profundas de su sufrimiento. La terapia debe ser un proceso de descubrimiento, donde cada paso nos acerque a entender mejor al paciente. Por último, ser terapeuta implica estar en constante formación y autoconocimiento. No basta con los conocimientos teóricos de la universidad; es un proceso continuo de aprendizaje y desarrollo personal. Si no nos conocemos a nosotros mismos, difícilmente podremos ayudar a otros a conocerse y superar su sufrimiento.