El poder destructivo de la religión

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Juan Gómez Guerrero

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Introducción.  

 Freud  plantea en el porvenir de una ilusión la idea de que la religión ya ha tenido durante siglos su oportunidad para cambiar las cosas, y no habiéndolo logrado, sería conveniente dejar a otros planteamientos ilustrados la oportunidad de hacerlo.

 La propuesta de Freud no es nada despreciable a juzgar por los resultados que la religión ha obtenido durante siglos. No ignoramos los beneficios aportados, pero, aún así, la destructividad producida tomando como estandarte la religión ha sido enorme. Basta  recordar las guerras, crímenes, asesinatos, torturas, cárceles, opresiones, humillaciones etc llevados a cabo en nombre de la religión. Este congreso es una buena oportunidad para hacer propuestas que eviten el poder destructivo de la religión.

1.- Constitución del hombre y religión. 

 La religión tiene su origen en la propia naturaleza biológica humana, pues la selección natural hizo posible un cerebro lo suficientemente complejo como para tener una capacidad intelectual avanzada y una comunicación simbólica o lenguaje propiamente dicho; es a partir de esta capacidad cuando el hombre crea la religión. La mente es pues una consecuencia del proceso de cerebralización, y nosotros pensamos con Ruiz de la Peña  en su obra Teología de la creación, y otros autores, que “lo material se autotrasciende hacia lo genuinamente distinto de sí”.

 A partir de aquí, bien por los interrogantes sobre el misterio de su propia vida y muerte, bien por la necesidad de protección y ayudad  dada su experiencia de limitación, bien por los misterios e incógnitas de la naturaleza y el cosmos, el hombre necesita buscar una causa y un sentido  y su capacidad de pensar le posibilita para intentar encontrarlos, llegando a la conclusión que debe haber un fundamento primero de todo cuanto existe. La religión empieza a existir desde ese momento.

Vemos como el hombre necesita tener y crear un Dios, pero justamente por ser una creación suya puede ser lo mejor o lo peor de sí mismo.  

2.- La conflictividad de la constitución humana. 

 El hombre es un ser conflictivo por naturaleza. Su personalidad está hecha de diversas partes; las más primarias e instintivas tienden a la descarga y sobre la represión de éstas hemos  edificados la singularidad de lo humano o proceso secundario. Somos, pues, hijos de la continuidad con las demás especies y de la singularidad humana. La convivencia de estos dos procesos, el primario y el secundario, requiere una capacidad de  compromiso difícil de conseguir dada la peculiaridad de cada uno. La represión del proceso primario es absolutamente necesaria para la constitución de lo humano, pero a su vez el proceso primario tiende a retornar en una interminable actividad  de empuje y presión. Si lo primario tiende a retornar en un constante empuje tenemos una permanente fuente de destructividad.

 El proceso secundario se inició como consecuencia de una primera inhibición sin la cual no existiría el psiquismo; la ética es la expresión de esta inhibición que  “supone la capacidad de prever las consecuencias de las acciones propias, la capacidad de formular juicios de valor, es decir evaluar las acciones o los objetos como buenos o malos, deseables o indeseables, y la capacidad de elegir entre modos alternativos de acción”. Observamos como este laborioso camino de humanización es muy inestable, y sujeto a fenómenos destructivos dada su naturaleza.

 El hombre nace con la potencialidad de convertirse en un ser humano; es un proyecto individual y colectivo que se cimenta sobre grandes esfuerzos. No deberíamos olvidar nunca esta idea, pues es la base de todo humanismo, y sólo la aceptación de esta premisa puede  motivar un esfuerzo hacia el cambio.   En esta construcción de lo humano surgen grandes dificultades individuales y sociales, fuente de graves y permanentes conflictos que abocan a la violencia. La destructividad individual se desplaza e imbrica en lo social y viceversa, en una red complejísima de interacciones que hacen que la  inestabilidad sea siempre permanente.

  La hipótesis de Freud expresada en Toten y tabú sobre el origen de la religión debemos entenderla en este sentido, es decir,  como una solución para eliminar el conflicto y la destructividad más primaria y también como un mito para expresar  una situación compleja. Está dentro de la idea central de toda la obra freudiana en la que lo secundario se edifica sobre la inhibición de lo primario.  En este sentido podemos estar de acuerdo con el planteamiento de Freud: La rebelión de los hijos contra el padre de la horda primitiva que posee todas las hembras, y el acuerdo tomado posteriormente para evitar nuevos brotes de violencia, evoca la subordinación del proceso primario al secundario a partir del cual surgen las elaboraciones de la cultura entre ellas la religión.

 En síntesis, ¿cómo extrañarnos de la destructividad asociada al hecho religioso, si el hombre en un proyecto lleno de avatares y conflictos que no puede realizarse como especie sin un buena dosis de violencia? Nuestra obligación será analizar ésta para encontrar soluciones. Para eso estamos aquí, y un planteamiento correcto ya ayuda a encontrarlas. 

3.- La destructividad desde la génesis y esencia de la religión.

 Si el hombre llega a la conclusión de la existencia de Dios a partir de representaciones de si mismo, de la naturaleza y del cosmos, no puede hacerse una idea de un Dios que sea menos poderoso que él, sino la de un Ser con gran poder. Por otra parte, y debido, justamente, a ser Dios el depositario de tantas necesidades y aspiraciones, las representaciones de Dios están contaminadas de las representaciones humanas. Por estas dos razones podemos crear un Dios todopoderoso fruto de nuestra necesidad y megalomanía,  que estará al servicio de cualquier poder destructivo en un intento de sometimiento y dominio.  

4.- Los intermediarios y el apoderamiento de Dios.

 Debido, en parte, a esto, pronto surgieron los intermediarios que administraban lo divino. Rápidamente algunos se dieron cuenta de que Dios podía ser un gran aliado en su deseo de poder, riqueza, venganza, división, posesión, encumbramiento, etc. Los representantes más directos de lo divino, y los poderes económico y político que pronto fueron apareciendo, unas veces, cada uno por su cuenta, y otras muchas en alianzas, empezaron a explotar el gran filón de lo divino.

 Los conflictos que se crean entre las diversas subestructuras que conforman la personalidad y que el psicoanálisis ha llamado ello, yo, superyo, fueron aprovechados y explotados para interiorizar sentimientos de sometimiento, dependencia, docilidad, autoagresión, culpa, seguridad, irracionalidad y otros tantos. Lo que en principio se inició por unas representaciones y sentimientos llegó a convertirse en sólidas estructuras e ideologías, en muchos aspectos, a la medida de lo más destructivo del hombre. El terreno estaba preparado para una buena cosecha de relaciones sadomasoquistas, que bajo diversas maneras y formas, se han perpetuado durante milenios.

 Las diferentes jerarquías, divisiones, clases sociales, fueron avaladas por las interpretaciones religiosas consolidando una situación de opresión permanente. La violencia y destructividad más extremas expresada en guerras, torturas, cárceles, violaciones, asesinatos, fue, y es todavía en algunos casos, la cara manifiesta de unas estructuras cuya urdimbre y trabazón está fuertemente cohesionada por la religión. Nuestro Dios y su buena nueva se había convertido, a lo largo de este proceso, en posesión de unos pocos como instrumento de dominio, sometimiento y opresión. El Dios que nos dice “buscad primero el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura” fue secuestrado en los templos y catedrales sacándolo de la vida. La poderosa maquinaria del negocio de la religión funcionaba a las mil maravillas, eso sí, dejando el camino lleno de cadáveres.

 Frente a este Dios todopoderoso entendido en el sentido más patológico, debemos oponer el Dios de Jesucristo que se manifiesta de un modo totalmente opuesto: es el Dios del amor más grande y por tanto el Dios del servicio y no del poder. Es por tanto la confusión entre una concepción del poder expresión de la megalomanía humana, que no acepta la castración y la limitación para iniciar el camino del descubrimiento del otro, y por tanto de su valoración y respeto,  lo que se opone, radicalmente, al Dios del servicio que podemos descubrir tras una conversión verdadera. 

5.- Narcisismo  poder y religión. 

 El narcisismo está inscrito en la estructura primaria del ser humano.  El ser del ser humano no es un “ello” impersonal sin sujeto coherente que lo sostenga, sino una estructura, un yo inconsciente, que sólo a través de un determinado vínculo emerge y se liga al objeto. Las diversas patologías, sobre todo las más graves, dan cuenta de un modo inequívoco, de esta realidad.  Del vínculo patológico puede resultar un infinito deseo de ser amado y reconocido o bien una forma de amor megalomaníaco que interioriza la idea de ser más que nadie a través de fuertes identificaciones.

 Una buena parte de la  destructividad asociada a la religión ha evolucionado a partir de la unión de tres factores diferentes, de una parte estructuras psicológicas que han quedado fijadas en un estadio omnipotente sin poder transitar hacia la castración y el pleno descubrimiento del objeto, de otra parte, el poder de las clases sociales y grupos que a través de un largo proceso de escisión, desplazamiento y proyección han unido en una sola representación su presunta bondad y poder real, su desprecio hacia lo diferente  desde su posición social, económica e ideológica; y su imagen de Dios, condensación de su omnipotencia, desprecio hacia los demás, y  potencia real en bienes,  organización política y medios coactivos.

 He aquí la tríada:  narcisismo, poder y religión que como superestructura global, ha sustituido la verdadera imagen de Dios ofrecida por Jesús de Nazaret, para usurpar el espacio político, el religioso  y el social. La posición actual de la iglesia católica es todavía hoy, en muchos aspectos,  expresión de esta alianza.

 La solución a esta situación que en las sociedades laicas actuales ha quedado debilitada, pero que también ha adquirido nuevas formas, debe venir de una nueva concepción del  hombre que entiende la vida como un espacio de tiempo, no sólo para subordinar el proceso primario al secundario, sino para  impulsar un proceso terciario que sintetiza los dos anteriores, y los hace depender de un proyecto de cambio personal y social, que tiene como objetivo la emergencia y manifestación de la dignidad de todo ser humano.

 EL narcisismo de muerte, es decir aquel que justifica las injustas posiciones de poder para menospreciar, excluir y negar el valor y las posibilidades de realización de todo hombre y mujer; debe ser abolido, aliando las concepciones religiosas genuinas y verdaderas con los movimientos sociales que luchan por alcanzar estos objetivos. Este narcisismo ya produjo en el pasado en nombre de la religión y de Dios todo tipo de atrocidades: muertes, torturas, guerras, violaciones, asesinatos, humillaciones  y un interminable número de actos destructivos, que han manchado la religión y la imagen de  Dios para muchas generaciones.

 El verdadero narcisismo consiste en hacer emerger el ser del ser humano, para que hecho consciente su valor y dignidad, pueda convertir su vida en fermento de cambio personal y social.  Las iglesias tienen en la buena noticia de Jesús de Nazareth un manantial inagotable para llevar a cabo este proyecto. 

6.- La antinomia entre placer y religión.

 Otro aspecto  a partir del cual, se ha utilizado la religión de un modo muy destructivo  ha sido el conflicto entre placer y religión.

 Desde las diferentes concepciones antropológicas se ha visto, con mayor o menor claridad, este gran dilema del ser humano. El psicoanálisis ha puesto en primer plano la tremenda batalla entre deseo y realidad, proceso primario y secundario. Ciertamente, como ya dijimos al principio, el hombre se constituye como especie en una síntesis y compromiso entre continuidad y singularidad, entre la tendencia a la descarga y la inhibición de ésta;  por ejemplo, la agresión, la sexualidad y tantas otras necesidades primarias se reprimen y encauzan para encontrar una vía de satisfacción a través de los cauces de la realidad de la cultura. O sea que la constitución de la especie está asentada sobre una transacción y equilibrio, muy inestable, entre los procesos primario y secundario.

 Si desplazamos este conflicto al terreno de la religión, adquiere todavía mayores dimensiones debido a las motivaciones religiosas que se añaden y refuerzan la represión de la tendencia a la descarga.

 Se nos anuncia a través de Jesucristo que somos hijos de Dios y que estamos llamados a participar de la vida divina y a ser herederos de ella. San Pablo lo dice así en romanos 8, 17: “Si hijos también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con El para ser, también, con El glorificados”.  Llamados a tan alta y sublime vocación como ninguna religión prometió jamás, se nos anuncia, también, la imposibilidad de realizarla por nosotros mismos.

 A partir de aquí y de tantos otros textos evangélicos, interpretados, desde posiciones antropológicas con frecuencia ajenas a la moral evangélica, se extrae la conclusión de que hay en la naturaleza humana una amenaza a esa promesa que hay que erradicar, procede esa amenaza de ese proceso primario, de esa estructura del deseo en la que esta inscrita la tendencia al placer con la sexualidad como expresión fundamental de ésta.

 Se inicia, entonces, todo un proceso represivo de la tendencia al placer y por tanto de la sexualidad, que se convierte en una forma de moral, en una superestructura que se concreta en un superyo mal estructurado que a parte de disponer de la organización propia de éste, se le suman toda una serie de motivaciones, ideas y afectos de origen religioso capaces de defenderse y deslegitimar la tendencia hacia el placer.

 La iglesia católica y las demás iglesias han convertido esta amenaza del placer a los ideales religiosos y evangélicos en una forma de poder que a lo largo de los siglos ha subyugado a  creyentes y no creyentes de una manera brutal, sádica y cruenta. El conflicto que verdaderamente existe en la naturaleza humana entre lo primario y lo secundario, y que exige toda la lucidez y el esfuerzo individual y social para irle encontrando una solución cada vez mejor, se ha utilizado para convertirlo en una ciega intimidación y condenación de la tendencia hacia el placer y la sexualidad en las conciencias de los individuos. Pero no solo esto, sino que las poderosísimas estructuras y organizaciones de las iglesias aliadas con los intereses menos evangélicos, se han aprovechado como  frentes de la batalla  ante  los “diabólicos” poderes de la sexualidad y la tendencia al placer.

 Cualquiera que eche un vistazo a la historia de la iglesia verá rápidamente como esta lucha se ha concretado en un montón de cánones, normas, reglas morales, advertencias, que como una enorme losa se ha echado sobre las conciencias de los individuos, condicionando de una manera despiadada su vida personal, social e íntima. Ustedes saben, lo mismo que yo, cuantas condenas, torturas, cárceles, muertes y un sinfín de atrocidades y sufrimientos han soportado las diversas sociedades y ciudadanos en esta batalla contra la amenaza del placer. Algunos conflictos importantes que en este momento tienen las iglesias  con  creyentes y no creyentes, procede de una mala solución de esta confrontación entre placer y vida divina.

 La solución a  este dilema de la condición humana pasa por ser plenamente conscientes de lo que somos, continuidad y singularidad, y buscar, de la forma más lúcida posible un equilibrio entre las tendencias opuestas. El psicoanálisis ha hecho grandes aportaciones en este sentido y  todos sabemos, como señala, tan acertadamente, Erich Fromm en su obra Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, que  el hombre emerge de la naturaleza y ya no puede volver a ella, sino que necesita encontrar nuevos vínculos con la está y sus semejantes. En este sentido sólo una transacción jerarquizada donde el placer ocupe el lugar que le corresponda, sin ser reprimido sin conocimiento de su sentido en la estructura global de la persona, puede ofrecernos una buena solución.  

7.- Autonomía humana y relación divina.

 Otro foco de conflicto permanente con grandes dosis de destructividad a lo largo de los siglos, ha sido la tensión constante entre el deseo de autonomía y el cumplimiento de la voluntad divina. El hombre por su capacidad intelectual y creativa, así como por su posición en el mundo, siente la necesidad de realizar múltiples proyectos individuales y sociales; pero al mismo tiempo  se le recuerda su obediencia a los planes de Dios dada su condición de filiación divina. La autonomía humana entra así en una grave confrontación con la religión y la fe.

 La libertad humana implica la posibilidad de aceptar o rechazar a Dios y esto debe ser aceptado sin reservas y con todas las consecuencias. El psicoanálisis ha puesto de manifiesto las dificultades que tiene todo individuo para ser dueño de sí mismo, y  conseguir un yo capaz de  elegir con verdadera libertad y tomar buenas decisiones. Las iglesias y los creyentes no podemos mirar a los no creyentes como seres equivocados y tener un sentimiento de superioridad hacia ellos.

 La decisión de aceptar o rechazar a Dios  es un asunto complejo, pues toda decisión individual está sujeta a una mejor o peor evolución y madurez personal y a una poderosa influencia de los factores sociales. El mal que afecta a los individuos, a los grupos y a las estructuras sociales tiene un poder enorme e impide ver esa luz que desde el amor de Dios se nos ofrece a los hombres.  Como consecuencia de todo esto el hombre tiene la autonomía de recorrer el camino de su vida iluminado por la palabra de Dios o por la palabra humana. . 8.-Reflexiones y propuestas en torno a estas cuestiones. 

  • Una buena antropología:  

 Muchas veces la antropología subyacente a las actitudes de los creyentes está anticuada y trasnochada por una falta de formación y por tomarse poco en serio los avances de las diversas ciencias. Por ejemplo, el psicoanálisis descubrió hace más de un siglo el inconsciente superando la psicología de los procesos conscientes. Esto quiere decir que las motivaciones más profundas de nuestros actos son con  frecuencia desconocidas para nosotros mismos, confundiendo las razones teológicas de nuestro proceder  con el poder y el retorno de nuestro inconsciente.

 Durante mucho tiempo la Iglesia vio en el psicoanálisis un enemigo más que un aliado. Esto sucedió porque no se entendió el alcance de los descubrimientos psicoanalíticos que pueden ayudar, entre otras cosas,  a los hombres de fe a  distinguir las proyecciones hechas desde su inconsciente sobre las representaciones religiosas. Al ser Dios un objeto de conocimiento no aprensible por nuestros sentidos se presta fácilmente a establecer relaciones que pueden tener rasgos psicóticoso o neuróticos,  pues podemos crear un Dios hecho a la medida de nuestra necesidades. Descubrir al Dios de Jesucristo requiere no sólo buena voluntad, sino la ausencia de patología, al menos grave, y les puedo decir que la religión se presta, y mucho, a mezclar lo uno y lo otro. 

  • La bondad como arma destructiva:

 Como ya hemos dicho antes los creyentes hemos utilizado con bastante frecuencia nuestra supuesta bondad para mirar a los demás por encima del hombro, es el narcisismo de la bondad patológica. Miramos a los demás con desprecio y compasión inflándonos de arrogancia. Si hay algo que ha sido denunciado por Jesucristo es este desprecio al hermano, muchos textos evangélicos lo dejan muy claro; recordad aquel del fariseo y el publicano que tan diferente oración realizaban. Hemos creado, con demasiada frecuencia, un Dios mezquino y ridículo que no tiene nada que ver con el Dios de la misericordia que se nos revela en Jesucristo.  

  • Sobre la ausencia de Dios:

 La increencia se manifiesta actualmente más que como un militancia activa contra la religión, como la constatación de la ausencia de Dios del mundo.  Dios no es una verdad que se impone a nosotros tras una reflexión lógica y racional, sino que el acercamiento a la fe requiere una conversión radical de toda nuestra vida. Sólo si nos empeñamos en esta tarea como la más importante de nuestras vidas, y acudimos humildemente al Señor, El nos ira enseñando el camino: “YO soy el camino, la verdad y la vida”. Pero cuando dudemos de la existencia de nuestro Dios, y esto puede ocurrir incluso con frecuencia, no debemos olvidar que estará a nuestro lado en la presencia del otro. Dios se identifica tanto con el hombre que llega a decir : “porque TUVE hambre y me disteis de comer….” O sea que ya no tenemos excusas, pues Dios siempre está a nuestro lado incluso en los días de más oscuridad interior.

                                                         Bibliografía 

  1. Freud Sigmund. El porvenir de una ilusión. Tomo XI. Amorrortu Editores. Buenos aires  p. 30.
  1. L. Ruiz de la Peña. Teología de la creación. Sal Térrea. Santander 1986.

pp.249-274.

  1. Ayala Francisco José. Origen y evolución del hombre. Alianza Editorial. Madrid 1995. p 172.
  1. Freud Sigmund. Tótem y tabú. Tomo XIII. Amorrortu editores. Buenos Aires 1988. pp 1-163.
  1. Freud Sigmund. Introducción al narcisismo. Tomo XIV. Amorrortu Editores. Buenos  aires 1988. pp.65- 71.
  1. Freud sigmund. El yo y el ello. Amorrortu Editores. Buenos Aires 1988.
  1. Fromm Erich. Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Fondo de cultura económica. México 1956. pp 26-32.

                          El poder destructivo de la religión

                                           Resumen 

 La religión ha estado asociada durante siglos a fenómenos destructivos. Nos proponemos analizar algunas de sus causas para tomar conciencia y poder evitarlos en el futuro. 

 Nuestro trabajo aborda esta destructividad desde varias vertientes. Asocia la religión a la conflictividad de la constitución humana: El hombre por su propia naturaleza es un ser destructivo, pues tanto individual como socialmente, está compuesto por diversas subestructura que necesitan un largo y laborioso trabajo para encontrar un equilibrio entre ellas, estando expuesto a todo tipo de conflictos muchos de ellos destructivos.

 El hombre no nace hecho sino con la potencialidad de convertirse en un ser humano, y esto depende de muchos avatares consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. La religión como fenómeno humano participa de esta conflictividad y está sujeta a la destructividad inherente a la condición humana.

 El segundo apartado de nuestro trabajo estudia el tema desde la génesis y esencia de la religión: Las representaciones que el hombre se hace de Dios le llevan a la creación de un Ser grandioso y omnipotente; está invención humana puede ser peligrosa, pues puede utilizarse destructivamente. De hecho, a lo largo de los siglo, algunos se han apoderado de esta representación grandiosa para asociarla a sus intereses y crear un estado de opresión y violencia.

 Narcisismo poder y religión es el siguiente apartado de nuestro trabajo, y en el  exponemos como un narcisismo megalomaníaco y mortífero puede, a través de un complejo proceso de escisión, desplazamiento y proyección,  crear un Dios que se alía con el narcisismo de muerte para infligir todo tipo de sufrimientos, torturas e incluso asesinatos a aquellos que no son o piensan  como nosotros. La historia lejana y también reciente está llena de casos individuales y colectivos donde esta unión mortífera se ha convertido en realidad.

 Continuamos nuestra exposición abordando la antinomia entre placer y religión, que en su confrontación ha sido un pesadísimo fardo puesto sobre las conciencias de las gentes, atormentándolas con terribles sentimientos de culpa, relaciones sadomasoquistas y con imágenes de Dios que nada tienen que ver con el revelado por Jesucristo. Muchos conflictos que las iglesias tienen aún en la actualidad proceden de una mala solución a esta antinomia. Desde el psicoanálisis proponemos soluciones de transación y síntesis, pues son las únicas adecuadas a la continuidad y singularidad del hombre así como a las diferentes subestructuras y procesos que forman la identidad humana

 Nuestro trabajo llega a su final abordando otro grave problema, el de la autonomía humana y relación divina, que ha supuesto muchas confrontaciones y controversias y que no ha sabido dar a Dios lo que  es de Dios y al cesar lo que es del cesar. Está de por medio la libertad humana, que puede aceptar a Dios o rechazarle, creando así antropologías diferentes que abordan la vida de modo distinto.

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